Autor
Ignacio Iván González Anaya
Secretaría de Educación Jalisco
Supervisor de la Zona 15E del Nivel de Secundarias Generales Estatales.
Doctor en Metodología de la Enseñanza (IMEP)
ivanrituales@gmail.com
Resumen
El propósito del presente desarrollo fue el de reflexionar sobre los aportes obtenidos al investigar sobre la identidad como elemento individual y colectivo, construido de forma histórica y su influencia en el campo de la educación. Este trabajo se llevó a cabo bajo una metodología cuanti-cualitativa: se aplicó un instrumento estructurado por la vía electrónica, para posteriormente aplicar a los datos obtenidos, matrices de interpretación para construir aproximaciones, a la realidad, para una comprensión más específica de la misma.
Para el avance de la presente tarea se aplicó un cuestionario de forma virtual a 45 docentes, seleccionados de forma aleatoria, de la Zona 15E de Secundarias Estatales en el Estado de Jalisco, durante el ciclo escolar 2019 2020.
Palabras clave
Identidad docente, docentes, colectivos, acción significativa, cultura docente.
Introducción
La representación social de la docencia se ha transformado, elementos fundamentales de la identidad de los que hacen viva dicha profesión, mutaron. Pareciera que hemos vivido en una especie de dimensión espacio-temporal sincrética, donde conviven elementos anclados en la exigencia del reconocimiento de la labor docente pero bajo la miopía de nuevas exigencias, bajo la añoranza de ser íconos sociales positivos y el rechazo a los procesos de evaluación. Hoy en un ahora que está en deconstrucción, los procesos de ideación para y con el magisterio cambia nuevamente bajo la lógica del reconocimiento social. Al parecer todo lo anterior (Tenti, 2005, pp. 35 – 46) ha generado rompimientos en los procesos identitarios y de desempeño.
El síntoma docente nos ha remitido al tema de la identidad, considerada esta como un fenómeno subjetivo, de elaboración personal, que se construye simbólicamente en interacción con otros. La identidad personal también va ligada a un sentido de pertenencia a distintos grupos socioculturales con los que consideramos que compartimos características en común. Se confirma que lo anterior es reflejo del desarrollo histórico de la sociedad, ubicada en los términos de la modernidad, donde los cánones de actuación de los sujetos sociales cambian más rápido que las formas que los hábitos de rutinas predeterminadas (Zygmunt, 2013) y que ello sin duda tiene consecuencias sobre los individuos porque sus logros no se pueden solidificar como algo duradero, lo activo se convierten en pasivo, la solidez en inestabilidad, todo en un abrir y cerrar de ojos.
Entonces al hablar del tema de la identidad docente, se hizo referencia al menos a dos dimensiones: la personal (del sujeto docente) y la social (la de la representación social del docente). La primera identificó el constructo que combina el mundo íntimo o personal con el espacio colectivo de las formas culturales y las interacciones sociales; es decir, el cómo se asume esa combinación al ser parte de la personalidad del sujeto. La segunda habló de las representaciones sociales, como son el sistema de valores, las nociones y prácticas relativas a objetos, aspectos y dimensiones del mundo social que permiten construir instrumentos de orientación de la percepción de situaciones y de la elaboración de respuestas. Por lo tanto al hablar de identidad se contempló el tema de la práctica docente y su intencionalidad como elementos inmediatos en ejercicio diario, sedimentando en sujeto docente los elementos identitarios.
Desarrollo
Al hablar de la práctica docente como base para comprender la baja calidad de la educación implica necesariamente, el identificar elementos sobre los que ésta se construye y forma parte del ejercicio de una profesión.
La práctica regularmente puede ser entendida como un elemento generado por la conducta, y con ello sería vista como una acción a nivel reactivo. Pero estudiarla de esa forma dejaría de lado elementos de suma importancia para la comprensión tanto de los resultados de la misma como de su desarrollo, como los son el significado que orienta la acción y su relación social.
Toda acción social es, según (Garcia, 1994, pp. 493-528), un acontecimiento físico, en tanto que es producto de la capacidad/poder de un ser que interviene causalmente en su medio, y en tanto que siempre está ubicada en un espacio-tiempo de relaciones asimétricas de producción, de poder y de comunicación.
Entonces se puede argumentar que para comprender y explicar una acción hay que entender a las condiciones que posibilitan su configuración característica y que los agentes dan por conocidas y asumidas. Así, la acción queda comprendida y a veces explicada cuando se capta el sentido pretendido por el sujeto -la intención- y se le sitúa en el complejo contexto de significado práctico en que se desarrolla.
Intencionalidad y contexto se vuelven el marco de sentido de la acción, el entramado de intencionalidad (individual o colectiva), las prácticas sociohistóricas y los agentes que las constituye son el marco vivenciado (subjetivado y subjetivante) que permite comprender la acción cómo acción social.
Al hablar del sentido de una acción uno se puede referir a ella en tanto unidad semántica (sentido = significado, capacidad de representación, carácter simbólico), y como a una dimensión del deseo (orientación, dirección en marcha, relación a un fin apuntado, entre otros). En relación al sentido/significado se encontró lo siguiente:
Significado (sentido) quiere decir dos cosas,…el significado pensado realmente por el sujeto en un caso concreto determinado o el significado pensado subjetivamente por un número determinado de agentes,…o el sentido pensado realmente por uno o varios agentes conceptualizados como agentes-tipo dentro de una construcción conceptual pura (Weber, 2006, p. 70).
Otro elemento fundamental es el específico al de la acción social, donde el significado subjetivo que el agente le atribuye a su acción está referido al comportamiento de otras personas, luego entonces los motivos de la acción pueden ir desde observar, comprender, incidir o actuar sobre el otro. Weber en relación a la acción y a la acción social plantea lo siguiente:
Acción es el comportamiento humano (sea la realización de algo externo o de algo interno, sea una omisión o sea no impedir que algo ocurra) en la medida en que el agente o los agentes atribuyan a aquel un significado. Y llama acción social a aquel comportamiento en el que el significado que el agente o agentes le asocian está referido al comportamiento de otros, siendo este último comportamiento por el que se guía el comportamiento de aquellos (Weber. 2006, p. 69).
El concepto identidad deja de manifiesto la confluencia de varios elementos centrales para los científicos sociales así como para campos profesionales de desempeño específicos, como son las normas, los valores, la cultura, la educación, los roles, los rituales, el género, territorialidad, etnicidad, etc., dejando en claro su carácter integrador. Por establecer un ejemplo de la importancia del concepto (Giddens, 2008, pp. 27-51) prioriza al eje identidad/cultura como escalón inicial en el conocimiento de la disciplina sociológica. Entre identidad/identidades y cultura se establecen lazos de correspondencia, pues dependiendo de la temporalidad histórica y sus relaciones de producción, es que la identidad puede ser vista como un elemento de afianzamiento a determinadas fronteras, generando mecanismos o formas para mantener y reproducir al grupo de pertenencia y sus pautas (como fue en el caso de la modernidad), o como la fragmentación individualizada de la identidad comunitaria (en la postmodernidad) convertida en identificaciones particulares y bañadas de “anomia” social (Girola, 2005). Las identificaciones[1] surgirían propiamente en el proceso actual de la globalización individualizadora y se verían caracterizadas como identidades efímeras, vacuas, acomodaticias y líquidas. Por otra parte la Identidad como tal, responde a la voz de lo comunitario, de lo grupal y la mayoría de las veces adquiere formas de antagonismo y resistencia. Lo que refleja lo anterior es un debilitamiento de las identidades anteriores, la disolución de pertenencias más ciudadanizadas, más definidas por un territorio y el gobierno-estado; y remplazadas por identidades variadas basadas en lealtades, expresiones y comunidades emergentes como formas culturalmente concretas.
En relación a la identidad individual y para apoyar el último párrafo Hall (2003, p. 152) menciona lo siguiente:
La identidad es siempre un efecto temporario e inestable de relaciones que definen identidades marcando diferencias. De tal modo, que se hace hincapié en la multiplicidad de las identidades y las diferencias antes que en una identidad singular y en las conexiones o articulaciones entre los fragmentos o diferencias. Un desafío consiste en ser capaz de teorizar más de una diferencia a la vez.
En este mismo orden de ideas pero ahora al intentar establecer la diferencia con la identidad de grupo, algunos autores establecen el siguiente planteamiento:
Las identidades colectivas constituyen siempre clases de personas…una identidad colectiva requiere de la existencia de términos en el discurso público que sean utilizados para seleccionar a los portadores de la identidad…igualmente necesita de la internalización de etiquetas creadas que configuran el accionar… generando patrones de conducta comunes (Kwave, 2007, pp. 115-120)
Así pues resultan pertinentes los conceptos trabajados, ya que al comprender que la identidad se conforma por una serie de representaciones sociales y de significación provenientes de los campos culturales y profesionales así como de los espacios de formación profesional (iniciales y laborales) en condiciones espaciales y temporales muy concretas, es que logramos reflexionar sobre los por qué del sentido en el actuar docente, traducido como desempeño pedagógico profesional.
Conclusiones
En este trabajo se llegó a configurar una mirada comprensiva sobre el docente, tratando de entender su práctica (como acción social), sus intenciones (como elementos con contenido de direccionalidad), y su identidad (construida a partir de una multiplicidad de representaciones sociales), para así tener una elemental pero real mirada de los sujetos que hacen una parte del hecho educativo. En base a lo observado y a los análisis realizados es que se afirma que la construcción de la identidad docente está conformada por al menos tres dimensiones: la personal, cultural e institucional.
Se observó que la identidad docente actual tiene una configuración sumamente compleja (lo que viene a romper la mirada monolítica y etnocéntrica de la identidad docente como alguien o bien completamente instalado en la holgazanería, o como una profesión instalada en un apostolado de sacrificio) la cual recibe, incorpora y resignifica demandas culturales ancladas en el pasado (como el querer seguir teniendo el reconocimiento social de hace 40 años) y el cambio (por ejemplo baste mencionar la serie de necesidades apoyadas en todas las tecnologías de la comunicación, las dinámicas familiares actuales, las exigencia y reclamos de los actuales medios de comunicación, el surgimiento y reconocimiento de la multiplicidad de realidades sociales, amén de todos los estándares internacionales que se solicitan para validar su ejercicio y reconocimiento).
Así el cambio en la representación social del docente y de la docencia impacta directamente a los sujetos que a ello se dedican impactando la intención y la orientación de su acción (sedimentadas en la identidad misma) se observa como entre los años 30’s y los 70’s se dio este cambio entre un docente con liderazgo social, reconocimiento moral e influencia en el contexto donde se desempeñaba a uno posterior a los años 80’s que era visto con descrédito social, considerándolos con falta de preparación, y sólo como burócratas que eran simuladores, flojos y revoltosos. Este paso se dio gracias a la indefinición entre ser un profesionista/profesional o un simple servidor público, a la fortaleza política que fue adquiriendo la representación sindical, a el impacto de los medios de comunicación y a las múltiples reformas con carácter sexenal sin un proyecto educativo a largo plazo, que ha vuelto a los maestros como los responsables directos de los resultados educativos.
El impacto de esta representación social en la acción cotidiana del docente lo vuelve un ser pragmático que sólo debe aplicar los programas que le indican y cumplir con la jornada laboral que le marcan, que va perdiendo cohesión profesional a medida que se aumenta el peso de su sindicato que lo lleva a la realización de lo mínimo indispensable para permanecer “educativamente activo”. El significado de su acción ya no le pertenece en la inmediatez sino que sirve para la legitimación de los discursos políticos.
Con todo, actualmente existe una tendencia individual-colectiva de resignificar su ser y hacer docente, pero no desde la lógica burocrática que ha pretendido alcanzarse con los diferentes procesos de actualización docente de corte obligatorio (cursos), sino con la participación activa del sí mismo en el compromiso de tiempo completo con la docencia, entendiendo a su profesión como una carrera de vida, aceptando su corresponsabilidad en los resultados educativos, recibiendo un trato digno en su remuneración y reconocimiento gubernamental. Reconociendo la necesidad de la rendición de cuentas en su función docente, implicandose como un profesionista con prácticas de reflexión y autoevaluación. Por otro lado, en el estado de formación inicial, se observó que el trabajo que se realiza en las instituciones formadoras de docentes se traduce en las categorías disposicionales de actualización y desempeño, donde la disposición y compromiso a la formación continua se logre en identificar a la profesión como una carrera de vida y la certeza en el desempeño sustentado en la comprensión, paciencia y esperanza hacia el otro y sus desarrollos, vistos como componentes de su identidad profesional.
Hoy la docencia logra integrar los ámbitos formal y no formales a partir del reconocimiento de la necesidad del conocimiento del contexto y de las características de sus alumnos y que ello se debe realizar para desarrollar la profesión con inclusión y equidad. Lo anterior debido a que el nuevo planteamiento federal así lo explicita y les resulta coherente con sus intenciones y quehaceres como parte del gremio. Significaría que el docente del siglo XXI identifica como necesidades de conocer los ámbitos tanto local como global, reinsertarse operativamente en los que los alumnos y la sociedad requieren y viven como significativo y que son diferentes a los que en su momento se planteaban cuando se formaron como docentes. Reconocen la necesidad de identificar y valorar la diferencia así como el trato equitativo a sus alumnos junto con la posibilidad de los intercambios de ideas y el respeto a las mismas. Quieren volver a ganarse el respeto de la sociedad y revalorar su vocación profesional siendo ellos los generadores de los cambios de forma responsable y comprometida con la profesión que eligieron.
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[1]Este concepto usado por Bauman se puede confrontar con el de “Orientación identitaria” utilizado por Friedman (2001, p. 138)